Día 732, lunes
Ya era otro día. Lo supo por la lenta quietud que cada mañana lo invadía todo, por el hecho de que poco a poco las voces se empezaron a escuchar a lo largo y ancho de todo el campamento. El presidente Gonzalo se encontraba arremolinado en la cama, boca abajo, con la camisa y el pantalón a medio sacar. Pronto, un halo de luz se estacionó en el piso. Takeshi se dio cuenta porque el polvo que flotaba en el ambiente se hacía visible ahí donde caía la luz. Cuando el haz se estacionó a la altura de la cama, comprendió que tenía que irse. Era casi mediodía y aún no había ido a trabajar. Antes de atravesar el umbral de la puerta, pensó un segundo en su vida, en las cosas que había dejado en Lima, su niñez en las playas de Chiclayo y todos aquellos asuntos en los que ya no solía pensar. Se dijo a sí mismo que un repentino ataque de melancolía sólo podía significar una cosa. El presidente hizo un tosco sonido gutural. Takeshi se detuvo un instante antes de cerrar la puerta, para amortiguar el golpe y evitar hacer ruido. No quería que Gonzalo se despertara. No quería complicar más las cosas. Al menos no hasta que fuera absolutamente necesario.
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